Archivo mensual: junio 2012

Quinto sin ascensor

Me gustan los áticos. Siempre me ha gustado recorrer todo ese paraíso de tejas y ventanas pequeñas con sólo levantar los ojos, sin salir del refugio de silencio que envuelve mi escritorio. Hoy la lluvia enturbia las siluetas de los edificios más lejanos, incluso la torre cuadrangular de la Joseph Kirche, que marca erguida el este de la ciudad.

Mi habitación, con su techo ligeramente inclinado, se abre al exterior por dos ventanas, tan rectangulares como pequeñas: una se sitúa frente a la mesa, la otra, de la misma longitud que la cama y pegada a ella, me despierta cada mañana con un chorro de luz que me cubre de pies a cabeza. Aquí, la ausencia de persianas es algo corriente y las cortinas, finas y translúcidas como el papel cebolla, luchan ferozmente con los amaneceres, que siempre son temprano, aunque una no quiera madrugar.

Desde mi atalaya robo la intimidad de los otros, sus ventanas desnudas no me niegan nada, veo cómo juegan con su pelo mientras hablan por teléfono y siento sobre los párpados las luces amarillas de sus cocinas, me cuelo en sus tardes de domingo, en los cascabeles de sus gatos de balcón. Me pregunto a veces si alguien será cómplice de mi desorden, de mi rutina de duchas y velas encendidas en esta repisa abierta al vacío.

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